Suplicio
(29-Octubre-2024).- Tengo mi búnker en la Zona Centro de la ciudad. Anoche, ya como a las doce y media, uno de los vecinos se puso a tocar música a todo volumen y no nos dejaba dormir.
Se notaba que andaba muy alegre, porque hasta coreaba las feas letras de las canciones sinaloenses que hablan de puro narcotraficante, sus “hazañas”, amoríos y riquezas.
A unos metros, en el patio del edificio de tres plantas, varios niños pequeños jugaban como si fuera de día.
Vivimos unas cinco o seis familias en ese lugar, así que, por lo menos durante tres horas, no pudimos pegar los ojos, mientras aquel sujeto se divertía como enano subiendo el volumen de la música. Fue un verdadero suplicio.
Por razones obvias, ni yo ni ninguno de los otros vecinos quiso asomarse a que le bajaran el ruido. No, a juzgar por la música y su comportamiento insensible, propio de sujetos trastornados por la droga o metidos en asuntos ilegales.
Durante esas horas de tormento para mis castos oídos, me puse a reflexionar sobre lo que ya decían los griegos hace más de cuatro mil años: Que la música afecta los sentidos.
Ellos creían en el alma. Especialmente los socráticos pensaban ella como una especie de armonía, de tal forma que si la persona escucha sonidos o música armónica, se sintonizará con la frecuencia del alma y entonces, experimentará una situación de placer y bienestar.
Caso contrario ocurre cuando percibe sonidos chillantes, estruendosos y desorganizados. Entonces, su alma se ve alterada y tiende a la agresividad.
Esto parece lógico. Anoche, durante esas tres horas, yo quería bajar y torcerle el pescuezo al deschavetado sujeto, pero la prudencia pudo más y decidí que no valía la pena salir a reclamar, porque sería como echarse un alacrán al pecho.
Pero bueno. Dentro de mis reflexiones vinieron a mi mente algunas cuestiones, por ejemplo, ¿cuál es la peor música, si se le puede llamar así? Yo pensé que no podría haber algo peor que el heavy metal, con sus subgéneros grotescos e infernales, o el reggetón, pero tras escuchar la música sinaloense, no me queda la menor duda que es lo peor que se puede escuchar en la actualidad.
Tambores, trompetas, clarinetes, tubas y saxofones son utilizados para producir ese sonido infernal que molestaría al mismísimo Belcebú.
No sé si lo hacen adrede o deveras creen que están produciendo música.
Habría que preguntarles, por ejemplo a la banda El Recodo, al grupo Maguey, a la banda Machos y a la original banda Limón, que son las agrupaciones más exitosas en ese género.
También podemos consultar con Julión Álvarez, Régulo Caro, El Coyote, El Chapo de Sinaloa y El Komander, para ver cómo demonios le hacen para producir semejantes chillidos y cacofonías.
Y las letras, ni qué hablar. A continuación una leve probadita, cortesía de “Los Perdidos de Sinaloa”. Tema: El narco de narcos.
Les ha salido caro
todo lo que hicieron
y nunca pensaron que saldría del cerro,
pero se toparon con una sorpresa.
Y mira, esta vida que siempre es pareja.
sigo en la lucha y al pie de la empresa,
del rancho a la noria, Rafael regresa.
Pero miren mis dos o tres lectores. No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre, y ese tipo de música es de las más solicitadas y aclamadas por el pueblo bueno y sabio.
Apología de delito, letra misógina… La verdad, no sé cómo las autoridades siguen permitiendo que se escuche toda esa basura. Si los griegos tenían razón, y vaya que la ciencia lo ha confirmado, buena parte de la conducta antisocial que se observa en las barriadas proviene de escuchar ese tipo de ruidos, puesto que no se puede llamar música.
Uno puede abstenerse de exponerse a esos berridos, pero cuando un tipo lo pone en tus orejas a todo volumen, ya es una abierta violación a tu derecho de elección.
Viene el refrán estilo Pegaso, cortesía de “El Washandwear”: “¡Deidad de mi pertenencia, provoca que lo escinda una descarga eléctrica atmosférica!” (¡Dios mío, haz que lo parta un rayo!)
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