Por Oscar Díaz Salazar
Yo viví desde adentro, desde uno de los bandos, el del gobierno municipal, los desencuentros, querellas, conflictos y batallas que el entonces presidente de Reynosa, Francisco García Cabeza de Vaca tuvo con el gobernador Eugenio Hernández Flores.
Aunque ya lo escribí en otra oportunidad, no está de más recordarlo ahora que se tienen escenarios similares en Reynosa… en Victoria, en Laredo, más lo que se agregue esta semana.
A la distancia, sigo creyendo que ese conflicto permanente fue bueno para los ciudadanos de Reynosa por varias razones, una de ellas porque la vigilancia constante del Ejecutivo del Estado, más la fiscalización del Poder Legislativo, que si tiene facultades de revisión y que en ese tiempo (como hoy) atendía las directrices del gobernador, tal como ocurre con el Poder Judicial, todo ese acompañamiento sirvió para que se hicieran bien las cosas, pues los correctivos eran permanentes.
En aquel tiempo del conflicto entre la Vaca y El Geño, se vivió también una competencia para ver quién repartía más despensas, quien entregaba más becas, quien hacía más obras, quien atendía mejor a los afectados por siniestros, quien hacía más presencia con los representantes de la sociedad organizada, quien lograba alinear a los canacos, los canacintros, los hoteleros, los restauranteros, etc.
Desde luego que la disputa también tuvo sus capítulos y sus batallas en el terreno de la comunicación, en donde me parece que el ganador inobjetable fue el Geño, con ofertas imposibles de dejar pasar, que llegaban a multiplicar por cuatro o por cinco el monto de las transacciones al
Inicio del conflicto.
Desafortunadamente para los ciudadanos de Reynosa, las diferencias entre los gobernantes de la actualidad, no se han reflejado positivamente en el municipio.
Las cabezas de ambos dos gobiernos, y sus asesores y colaboradores, deben recordar que obras son amores, que el lenguaje de los hechos es el más contundente, que es falso el amor que no se refleja en la nómina y que el pueblo sabio le dará a cada quien el reconocimiento que merece.
Termino diciendo que prefiero el conflicto constructivo y correctivo a la armonía cómplice y la subordinación.
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