Por Pegaso
(11-Abril-2024).- No soy racista, homofóbico o clasista, pero ¡qué feos están los negros!
Y no me refiero a los negros de a mentiras, como el negro Durazo o el negro Gamundi, mejor conocido en el bajo mundo del hampa como el político con dientes de peineta.
Me refiero a los negros tiznados, a los que solo se les ven los ojos en la oscuridad.
Cotorreando con algunos compañeros en el café, decíamos que si nosotros los vemos feos a ellos, a ellos también debemos parecerles más feos que un hijo de Danny Trejo y “La Gilbertona”.
Como en todo lo relacionado con el Ser Humano, todo depende del cristal con que se mire.
Para las mujeres africanas, por ejemplo, el estereotipo de belleza es un bantú grandote, con músculos hasta en las pestañas, nalgón, de pelo necio, nariz chata y labios de ventosa.
Para una norteamericana su ideal es el tipo alto, espigado, de piel clara, rostro afilado, nariz recta, cejas finas, labios delgados y pelo rubio.
Una mexicana, por otro lado, ve atractivo a un pelao chaparrón, prieto, pero musculoso, nalgón, bigotón, de ceja poblada, labios gruesos y nariz aguileña.
Y así, cada raza tiene sus estereotipos de belleza.
Estereotipos que también cambian con el tiempo. Por ejemplo, en la antigüedad eran deseables las mujeres con demasiada grasa corporal y demás partes prominentes, porque eso garantizaba que la descendencia estaría bien alimentada.
Durante el Romanticismo, las mujeres se preocupaban más por su silueta, a tal punto que llegaron a torturarse con minúsculos corsés para tener una cinturita de avispa.
Hoy en día retomamos los gustos de antes, donde las “buchonas” son el canon de belleza idealizado por los barones de la droga y el crimen organizado.
Pero volviendo a los negros, es una gran verdad que a fuerza de ver todos los días a los migrantes cubanos y haitianos, nos hemos acostumbrado a tenerlos hasta en la sopa.
En el edifico donde vivo actualmente, cuando llegué, había varias familias de haitianos. En un solo departamento vivían hasta veinte personas, hombres, mujeres y niños.
Con el tiempo, fueron sustituidos por centroamericanos, que son más parecidos a nosotros, aunque todavía es común verlos en el primer cuadro de la ciudad y colonias cercanas.
En los primeros meses de la llegada de migrantes de tez obscura, en la colonia Aquiles Serdán, muy de madrugada, parecían emerger entre el humo generado por el basurero de Las Calabazas y hasta llegué a pensar que se trataba de zombies.
Ellos, por su parte, se han acostumbrado a nosotros.
Pienso que las condiciones de pobreza e inseguridad que se sienten en Reynosa y en todo México, es preferible al infierno que viven las clases más depauperadas de la isla.
Allá te matan porque te le quedas mirando feo a alguien y además, te come en tacos, en carnitas o en chilpachole.
Basta ver las noticias sobre las masacres que hay en Puerto Príncipe y las provincias para darnos cuenta que todo está de cabeza por aquellos rumbos.
Es posible que los migrantes de color serio sigan entre nosotros por mucho tiempo. Aunque se dan casos de verdadera discriminación –no como los comentarios en broma de esta cotorra columna- la gran mayoría de los reynosenses los hemos adoptado, porque aquí somos muy hospitalarios y no le hacemos el fuchi a nadie, por más feo que esté.
Por lo pronto, nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Oscuro, de manera similar a mi sino”. (Negro, como mi suerte)
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