Serie
Me sorprende que dos de las empresas televisoras se estén peleando por hacer la serie biográfica o bioserie del Chente manos largas.
Este personaje patanesco tiene menos merecimientos, por ejemplo, que las grandes y rutilantes estrellas de la época de oro: Jorge Negrete, Pedro Infante, José Alfredo Jiménez y Javier Solís.
Ni a Tele Aztuerca ni a Telerisa se les ha ocurrido hacerles un homenaje a los Cuatro Grandes. Y no lo han hecho, porque ahí no hay negocio, porque no hay escándalos ni cosas que despierten el morbo de la gente para poder vender detergentes, golosinas y muebles chafas.
Chente tuvo su época de gloria en los setentas, ochentas y noventas.
Llenó a medias el vacío que dejaron las Cuatro Estrellas. Pero para ello, tuvo que traicionar a otro que estaba antes que él: Jorge Valente.
A la muerte de Javier Solís, la disquera se había prevenido con otra voz de características similares.
“Por si se nos muere Javier”,-pensaban los ejecutivos. Y efectivamente, Javier Solís falleció, dejando un tremendo hueco por llenar.
Todo iba bien en la carrera de Jorge Valente, pero se le atravesó un joven e inescrupuloso charro montaperros a quien no le importó pasar por encima de quien le dio su amistad y hasta le facilitó las cosas para llegar a ser cantante.
Chente subió, y subió, pero nunca logró alcanzar los niveles de popularidad y el cariño del gran público como sí lo hicieron Jorge, Pedro, Javier y José Alfredo.
De Jorge Negrete, se dice que tenía un vozarrón, porque además de ser un tenor, tenía una presencia que imponía.
Pedro Infante poseía una voz dulce, que enamoraba, y una tremenda simpatía que arrasaba donde quiera que se presentaba.
Javier Solís, por su parte, era más bien melancólico; tenía una voz tan potente como la de Negrete, pero también bravía, varonil y entonada, como la de Infante. No por nada se le conoció como “La Voz de Terciopelo” o “El Rey del Bolero Ranchero”.
Se dice que si Solís hubiera tenido la simpatía de Pedro Infante, hubiera sido el más grande artista mexicano de todos los tiempos.
De José Alfredo, ¿qué se puede decir? Un compositor vernáculo que dejó honda huella en el corazón de los mexicanos con sus sentidas canciones.
A la fecha, si alguien está sufriendo en amores, pone una canción de José Alfredo, o si es víctima de despecho, pide que le canten “El Rey” o cualquier otra rola llegadora.
A la muerte de Javier Solís, Jorge Valente se aprestaba a tomar su lugar, con boleros como “Virgen de mi Soledad”, “El Vicio” y “Mi Loca Pasión”.
Pero no contaba con la astucia de Chente Frenández, quien por aquel entonces cantaba en cantinas y a quien ayudó para que le dieran una oportunidad en la compañía de discos CBS.
Años después, ya con fama y dinero, Chente vetó a Valente con empresarios, palenques y televisoras, para quedar él solito como heredero directo de los grandes.
Nunca llegó a alcanzar esas dimensiones y hasta la fecha seguimos esperando la quinta estrella en el firmamento de México.
En una canción que compuso en la década de los setentas, Cornelio Reyna fraseaba lo siguiente: “Ya tenemos cuatro estrellas en el cielo/ que iluminan nuestro mundo sin igual./ Son Javier, Pedro, Jorge y José Alfredo.”
En la escena de una película, “El Flaco” Guzmán le decía a Cornelio: “Y tú querías ser la quinta estrella”.
Por eso, aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Con tales camaradas, ¿por qué anhelo antagonistas?” (Con esos amigos, ¿para qué quiero enemigos?)
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