Fut
Déjenme decirles algo del futbol.
Este deporte no es como lo dice aquella pintoresca y despectiva frase: “El futbol son veintidós estúpidos en una cancha detrás de una pelota”.
No. Es mucho más que eso.
“El Juego del Hombre”, como lo llamaba el enjundioso locutor Ángel Fernández, es pasión, es emoción, es cultura.
Sin embargo, para comprender mejor la influencia que tiene en las multitudes es necesario separar los contextos.
El primero de ellos es que se trata de un fenómeno social, donde una multitud de personas se congregan para compartir sentimientos, para desahogar sus frustraciones o para mostrar su pertenencia a un grupo.
Yuval Noah Harari, conocido escritor israelí, dice en su libro Homo Deus que en una comunidad de chimpancés, los primates pueden cooperar eficientemente cuando hay 35 o menos individuos.
Pero más de esa cantidad, resulta difícil la convivencia y aquello se vuelve un caos.
La diferencia con el Ser Humano es que nosotros hemos encontrado la manera de cooperar, de confiar en muchos más individuos.
Y lo hemos hecho, gracias a los símbolos.
En el futbol, por ejemplo, el hecho simple y crudo es que una pelota entra en un marco.
Sin embargo, eso simboliza algo para los miles de fanáticos que se reúnen en un estadio o que ven el juego desde sus casas, en la televisión. Significa que uno de los equipos ha conseguido vencer al contrario, siguiendo ciertas reglas, gracias a su entrenamiento y condición física.
El futbol mueve carretadas de dinero. No es solo la entrada a los estadios, sino la publicidad que pagan las compañías para anunciarse durante el medio tiempo, o patrocinar a un equipo.
Por ese motivo los clubes pagan millones de dólares a sus estrellas, porque saben cómo generar emociones en los espectadores. Y esas emociones nos dejan inermes ante los mensajes que los comerciales imbuyen en nuestra abotagada mente. Y nos meten gol, tras gol, tras gol, sin siquiera darnos cuenta.
Sin embargo, hechos como el que ocurrió en Querétaro nos hacen pensar que quizás, en un momento dado, volvemos a nuestros orígenes y nos convertimos en chimpancés, con todos nuestros instintos asesinos a flote.
Se ve en la televisión, en vivo y a todo color, que cuando se juntan varios miles de fanáticos para ver un partido, difícilmente se pueden controlar. Sobre todo si entre la hinchada hay patibularios sujetos influidos por el alcohol y las drogas, repletos de adrenalina y dispuestos a defender a su equipo hasta la muerte.
Aquí es donde surge nuestro instinto animal.
Lo siento por el futbol, que es un bonito deporte cuando se practica con orden y armonía, pero ahora las autoridades tendrán que ser más estrictas en cuanto al control de los accesos.
Y que los simios cuyas fotos dieron a conocer los medios de comunicación, tengan prohibido entrar a un estadio de por vida.
O, ¿alguien más vio en los videos de las redes sociales cómo los vándalos se ensañaban con los caídos, atizándoles con sillas, con objetos contundentes o a patadas?
La barbarie en su máximo apogeo.
Viene el refrán estilo Pegaso, cortesía de “El Perro Bermúdez”: “¡La poseía!¡Era de su propiedad!¡Le otorgó la libertad!”(¡La tenía! ¡Era suya!¡La dejó ir!)
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