24 de noviembre de 2024

AL VUELO/ Por Pegaso 

Negros

Estaba un niño negrito en la recámara de su mamá, frente al espejo. Tenía delante de sí un recipiente con talco y se lo empezó a embadurnar en la cara, mientras veía su reflejo.

Le gustaba verse blanco. Volteaba hacia la derecha y hacia la izquierda una y otra vez para apreciar el pálido color que le otorgaba el talco.

De pronto, entró su padre y se sorprendió al ver a su vástago cubierto con el fino y blanco polvo, de modo que lo reprimió por aquella infantil acción:

-¡Quítese ese talco de la cara y váyase a estudiar!

Refunfuñando entre dientes, el escuincle tomó un trapo y salió de la habitación diciendo:

-¡Pinches negros! ¡Por eso nadie los quiere!

A diferencia del rapazuelo del cuento, aquí, en Reynosa, queremos a todos: Blancos, negros, amarillos, rojos, morados…

Durante los últimos años, oleadas y oleadas de migrantes han llegado hasta esta frontera con el afán de cruzar a los Estados Unidos y alcanzar el sueño americano.

Es más, hasta nos hemos dejado que nos arrebaten una de las más bonitas e icónicas plazas que tenemos.

Hubo un tiempo en que solo venían personas de origen salvadoreño, guatemalteco y hondureño, expulsados de sus países por la pobreza, la corrupción y los altos índices de criminalidad.

Pero después se vinieron los venezolanos, asolados por una tremenda crisis económica.

Aquí, en la colonia Las Cumbres, todavía se pueden ver puestos de arepas, porque algunos de ellos quisieron quedarse y vivir entre nosotros.

Luego fueron los cubanos.

Estos, mucho más emprendedores que los centroamericanos, prefirieron rentar alguna casucha en las colonias que están cerca del Centro, como la Aquiles Serdán.

En un tiempo había tanto cubano en ese lugar, que llegó a conocerse como “La Pequeña Habana”.

Pero los cubanos se fueron. La mayoría de ellos lograron arreglar su situación migratoria y ahora viven felices en Miami con sus familiares y amigos.

La siguiente ola fue de haitianos.

Luego del asesinato de su presidente y la depauperación de la población, muchos tuvieron que salir huyendo y, como no, se vinieron a la frontera para tratar de brincar el charco.

No pudieron entrar a la Plaza de la República, ahora conocida como Plaza de las Américas, porque ya estaban ahí miles de centroamericanos que no los dejaron ingresar, por eso tuvieron que seguir el ejemplo de los cubanos y buscar alguna vivienda que cobrara barato para vivir.

Nuevamente, la colonia Aquiles Serdán y aledañas se vieron repletas de gente de color. Ahora se le conoce como “La Pequeña Haití”.

Suelo decirle a una amiga que dentro de unos dos o tres años, Reynosa empezará a ver crecer a pequeños infantes de cabello rizado y tez obscura, correteando acá y acullá.

Es más, quien visita ahora mismo el centro de la ciudad puede ver cómo negrea la plaza principal o la calle peatonal.

Poco a poco nos hemos ido acostumbrando a la idea de convivir con gente que tiene un aspecto muy diferente al nuestro o que habla en otro idioma, en este caso, el creole, que es una mezcla de francés, español y dialectos caribeños.

Pero la ola negra migratoria no está conformada solo por haitianos y cubanos, sino que incluso llegan aquí personas procedentes de Ghana, Camerún y otros países subsaharianos.

Lo más novedoso fue la llegada de ucranianos, que son personas de piel blanca, pero ellos casi de inmediato pasan a Gringolandia porque ya traen sus abogados y documentos listos.

Y es aquí donde sí hay una tremenda discriminación por parte de las autoridades migratorias de los Estados Unidos, porque a las personas morenas, feyoyas, chaparras y panzonas les ponen infinitas trabas, en tanto que a los de ojo azul y verde, tez blanca, altos y bellos, hasta los reciben con alfombra roja.

Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso que dice: “¿A qué sitio te diriges, que poseas mayor valor?”(¿A dónde vas, que más valgas?)