Búnker
Carlos Ibarra, personaje polémico de aquella ciudad fronteriza se indignó.
-¿Cómo?¿Están cazando ilegales que cruzan al otro lado?
El reportero del diario The Morning Post asintió.
-¡Pues yo ofrezco 10 mil dólares por cada policía americano muerto!,-fue su fúrica respuesta.
Dolido por la reciente herida provocada por el grupo terrorista Al-Qaeda, el gobierno de los Estados Unidos puso especial atención en aquella nota, perdida entre las páginas del matutino.
-¡Búsquenlo!-fue la orden que salió de la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Apenas unas horas después de publicarse la noticia, arribaron a la ciudad elementos de la Agencia Antidrogas (DEA), el Buró Federal de Inteligencia (FBI), la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la Interpol.
Muy quitado de la pena, sin conocer aún el alcance de sus declaraciones, Carlos Ibarra disfrutaba de un aromático café en un conocido restaurant ubicado frente a la plaza principal.
Un sujeto vestido de civil llegó a la puerta de la Presidencia Municipal y preguntó por Ibarra en un mal español.
-Está en un restaurante a tres cuadras de aquí,-fue la respuesta que le dieron.
El hombre hizo una seña y una nube de individuos se fueron tras él.
No bien traspusieron la esquina, cuando Carlos Ibarra salió del café donde estaba y pasó frente a la Presidencia.
-¿Qué hiciste?-le cuestionó el mismo al que anteriormente le preguntara el agente.
-Nada, ¿porqué?
-Te andan buscando los de la CIA, de la DEA, del FBI y creo que hasta los de la KGB…, ¿seguro que no hiciste nada?
-Sólo me hicieron una entrevista ayer sobre la cacería de ilegales…
-¿Y qué fue lo que dijiste?
-Que ofrecía diez mil dólares por la cabeza de cada policía americano…
-¡Ahhh! Debe ser eso. Entonces, más vale que te desaparezcas…
Y así lo hizo.
En los siguientes tres o cuatro meses se encerró a piedra y lodo en su casa, la cual fue convertida en un búnker personal.
Luego de varios días aquellos miembros de las más prestigiadas agencias de inteligencia de los Estados Unidos se dieron por vencidos.
A varios años de distancia, Carlos Ibarra solía jactarse ante sus amigos: “Sólo Pancho Villa y Carlos Barrera se han dado el lujo de poner de rodillas al país más poderoso del mundo”. (Dedicada a la memoria de nuestro amigo, fallecido por COVID, el año pasado).
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