26 de noviembre de 2024

AL VUELO/ Por Pegaso

Respuesta

En respuesta al artículo publicado ayer sobre la boda de un Alcalde con un caimán en Oaxaca, el economista Alberto González Káram envió un extenso trazado de arquitectura donde demuestra lo vivo que están las tradiciones de las etnias de aquella región:

Mi Estimado Pegaso:

Entre mis primeros trabajos como Economista y “Coordinador General del Estudio Socioeconómico del Proyecto Agrícola de San Pedro Huamelula, Oaxaca”, en la Secretaria de Recursos Hidráulicos (SRH), tuve la oportunidad de visitar San Pedro Huamelula, fundado en el año de 1499, en mi recorrido de la Capital de Oaxaca a la región del Istmo de Tehuantepec ubicado en la zona sureste, mismo que se encuentra limitado con Magdalena Tequisistlán, Santa María Ecatepec y Santo Domingo Tehuantepec; al sur con el Océano Pacifico y Santiago Astata; al poniente con San Carlos Yautepec, San Miguel del Puerto y Santa María Ecatepec; al oriente con Santo Domingo Tehuantepec.

En el Capítulo de Usos, Costumbres y Tradiciones de la Cultura Chontal de San Pedro Huamelula, se encuentra El Boquerón que era una sola montaña de aproximadamente 500 m de altura, pero según cuenta la tradición dicho cerro se partió en dos cuando la princesa de los huaves fue rescatada del manantial del Arco Iris, donde los chontales la tenían prisionera. Los huaves, quienes tenían el poder de convertirse en peces, caimanes u otros animales marinos, esta vez se convirtieron en Juana de Agua, la mujer del mar, y provocaron el diluvio inundando a toda la nación chontal; San Pedro Huamelula, al ver que su pueblo se estaba ahogando, mando a Santiaguito con su caballo celestial y su espada a destruir a la malvada serpiente que estaba atravesada y no dejaba pasar el río. Santiaguito, de un tajo partió a la serpiente y al cerro del Cocogua en dos partes y la princesa suave pudo pasar; de este modo los suaves de San Francisco y San Dionisio del mar, se llevaron a su princesa por vía marítima. Desde entonces, el Cocogua es el mudo testigo y portador de leyendas extrañas.

El Boquerón se encuentra en los límites de los terrenos comunales de San Pedro Huamelula y Santiago Astata (Ijualá-apig, cerro de piedra). Al pie de esta montaña hay una cueva que, decían, conducía al centro de la tierra y, según los antiguos chontales, su entrada era muy amplia y contaba con varias escalinatas por donde los viajeros eran conducidos a lugares encantados. Además, antes de la puerta mayor había doce puertas menores por donde la gente de aquella época entraba para ir a la ciudad de Oaxaca (Palá, en náhuatl, en la punta de la nariz del guaje). Estos encantamientos ocurrían solamente a la media noche de cada 31 de diciembre.

En las proximidades del 30 de diciembre, el pueblo de Huamelula estaba alborotado, todos se preparaban para pedir permiso al sontaá-sans (el diablo). En la noche oscura, solo se ve titilar de una que otra luciérnaga, se escuchan los grillos cantar y uno que otro candil prendido a un encorvado horcón de las enramadas; las ancianas del lugar van y vienen mientras labran con devoción doce cirios de a codo cada uno, y los hombres recolectan el copal (astoraque) que tenía que ser de una arroba, pesada con la balanza municipal. Tanto los ancianos como las ancianas pasaban esa noche orando en vigilia hasta que Talpocna cal faunatl (Dios sol) asomaba sus primeros rayos del nuevo día.

Los ancianos más importantes de la población se preparaban pacientemente y, para pedirle permiso a Tlapocna leimina, esperaban el momento que descansara en su morada y estaba menos dispuesto a cometer sus perversidades en contra de la humanidad.

Para entonces ya se han reunido en Huamelula muchos pueblos peregrinos procedentes de la zona alta de la gran nación chontal tales como: Chontecomatlán, Ecatepec, Tenango, Zapotitlán, Jilotepequillo, Tequisistlán, Alotepec, Acaltepec, Quiegolañi, Chacalapa, que llegan con el mismo propósito de entrar en aquella cueva encantada para abastecerse de lo más necesario para subsistir durante un año. Al llegar a la hora señalada, no muy entrada la noche, los ancianos se reunían a orar; con plegarias pedían la protección de Tlapocna tlamats (dios de la tierra), quien los guiará a la tierra encantada, para el desempeño de su delicada misión: convencer a Tlapocna leimina, que gobierna las profundidades del infierno, de que les autorice entrar en su reinado y convenga con ellos el permiso que el pueblo pide para llegar a su morada y recibir los beneficios pródigos.

Según la tradición chontal de Huamelula, a la media noche (maitii-pugui), los doce ancianos más distinguidos de la región en procesión se encaminaban rumbo a la montaña más alta del Cocogua, donde dichos sabios y ancianos caminaban cuesta arriba rumbo a la cúspide de aquella montaña. Después de muchas horas de caminata, llegan al plano donde se congregan y se preparan para la ceremonia. Reunidos los doce ancianos sabios, trazan una circunferencia de doce brazas de diámetro, la dividen en seis partes iguales con doce puntos equidistantes entre sí; cada sabio se acomoda en cuclillas portando su respectivo cirio y en el centro del círculo, formando una cruz, se deja el copal ardiente, durante muchas horas, los ancianos arrodillados oraban y con cánticos y sus ritos invocaban el espíritu Tlapocna leimina, a quien suplicaban varias veces que se presentara y presenciara la ceremonia que celebran en su honor los sabios chontales. La noche era silenciosa, tétrica y obscura, se percibía un frio sepulcral y solo se llegaba a escuchar uno que otro cántico de algún viejo tecolote o de cualquier grillo trasnochador. Así transcurrían las horas de oración de los ancianos chontales, hasta que de pronto comenzaba a soplar un viento helado, como una señal de que Tlapocna leimina estaba por llegar.

Por fin, Tlapocna leimina, acompañado de Tlapocna quiel tlahua (dios del viento), llegaban en medio de un clima helado y un ruido ensordecedor; entonces, los cirios se apagaban y reinaba un ambiente de plena oscuridad; se escucha la voz cavernosa de Tlapocna leimina: -¡Mortales, estoy aquí frente a ustedes! ¿A que me han convocado, a que me llamaron? ¡Decidme pronto¡.

En este momento, uno de los más ancianos se adelanta y le dice lo siguiente: -Tú, Tlapocna leimina, dios del infierno, dueño de las tinieblas y de las entrañas de la tierra, del fuego y de la maldad, hemos venido a rogarte de rodillas que consientas a nuestros hermanos a descender al fondo de tu corazón para recolectar una parte de tus bondades; el maíz, la calabaza, el fríjol, el pan, el guarache, el machete, el hacha y la ropa, para que no mueran de hambre, de sed o de frío.

Así le hablaba el anciano más sabio a Tlapocna elimina quien, si estaba de buenas, contestaba: _ ¡Infelices mortales, id que las doce puertas de mi reino se abrirán, y tomad todo lo que les haga felices, después me contribuirán con la miel de su vida, hasta por la tercera generación¡

Si, por el contrario, Tlapocna elimina no aceptaba, desataba su furia en contra de los sabios chontales, quienes morían consumidos por el viento y el fuego.

Cuando el dios de la maldad favorecía al pueblo, una luz intensa se prendía en lo más alto de la montaña acompañado de una fuerte sacudida subterránea, en señal de que todos los pueblos reunidos en Huamelula debían trasladarse de inmediato al Cocohua, donde esperaban la hora en que, con un gemido producido en las entrañas de la infernal montaña, por encantos se habrían las doce puertas del Boquerón, por donde todos los viajeros tenían que entrar presurosos y sin distraerse, tomaban todo lo que a su paso encontraban: maíz. fríjol, calabaza, café, petate, cobijas, ropa, telas de seda, oro, y plata; artículos de labranza como: palas, machetes, coas, lazos otras cosas de uso diario.

Estando los viajeros en las entrañas del Cocohua y habiendo recogido todos los bienes, esperan la música y las campanadas provenientes del fondo de la caverna encantada, a partir de cada campanada todos los chontales que estaban dentro, tenían que abandonar presurosos el lugar, ya que el sonido de cada campanada se cerraba una puerta de tal suerte que después de las doce quedaban herméticamente cerradas las doce puertas.

Si por descuido o distracción alguno de los viajeros se quedaba a curiosear y no le daba tiempo de salir, entonces tendría que esperar un año para regresar y ver la luz del día, pero para entonces ya habrían concurrido en nuestro mundo cien años. De manera que este hombre regresaba encantado y poseía una vida eterna, pero ya no era hijo del señor Tlotaa lemaá (dios del cielo), sino de Tlapocna elimina, que disponía de él, de su persona y su espíritu. También cuentan que el hombre, a su regreso, estaría muy transformado; su piel sería muy blanca como lacota de un caballo, y dorado, y ya no comería tortillas, como nosotros, porque su cuerpo ya no sería como el nuestro, sino el de un hombre sin sangre.

En la antigüedad mucha gente iba a Ijualaj pujma (Tehuantepec), o al palaá ( Oaxaca), donde en el Cocohua se encontraba una puerta grande por donde la gente caminaba para llegar a tierras lejanas, había muchas casas grandes, amplias y bonitas, comercios grandes, dependientes altos de ojos verdes como el jade edificios altos y rodeados de hermosos jardines, las calles son derechas y largas, las fachadas de las casas brillaban como el oro y la plata, el río era cristalino, el agua era muy dulce como la miel y todos muy iluminados, como que nuestra madre Tlapocna calmutla ( diosa de la luna ), siempre alumbrara en esos hermosos pueblos.