Por Oscar Díaz Salazar
Del universo de los programas sociales, obras, inversiones, estímulos, becas y acciones, de los gobiernos de todos los órdenes y niveles que hay en México, una buena parte consiste en repartir dinero.
El reparto de dinero es una estrategia relativamente nueva en la administración pública mexicana, pues antes se otorgaban servicios o se proporcionaban productos en especie (objetos).
Hoy existen programas para dar dinero a la población mayor de 65 años, a los jóvenes, a los estudiantes destacados, a los estudiantes que poseen un talento deportivo o artístico, a las niñas, a la población indígena, a los migrantes, a los discapacitados, a los huérfanos, a las madres solteras, a las viudas, a las comunidades originarias, etc., etc.
Tengo una hipótesis para explicar este cambio de paradigmas y estrategias que experimentó la administración pública, para volverse un simple repartidor de dinero, que ya ni siquiera es dinero, sino depósitos bancarios.
Sospecho que esta «evolución» de los programas de gobierno, para llegar a este tiempo en el que las instituciones gubernamentales parecen un gran cajero automático, se originan en la capital de la república, y con esto sé que no descubro el hielo negro, pues vivimos en un país hipercentralista, que antes que ceder facultades a la periferia, vio acentuarse este fenómeno en el gobierno de la 4T.
Es entendible que en una ciudad, como la Ciudad de México, que ya tiene una cobertura total del servicio de agua potable y drenaje, que está cien por ciento electrificada, que está totalmente pavimentada, que tiene banquetas, alumbrado, transporte público barato, escuelas de todos los niveles, hospitales públicos, sitios de recreación, museos, edificios administrativos y gubernamentales, cobertura total de redes de telefonía e internet, vivienda financiada y / o subsidiada, una ciudad que en síntesis «tiene todo», en esa ciudad se puede pensar que es conveniente regresarle dinero a los ciudadanos.
Y como en la Ciudad de México sucede aquello de que el que parte y reparte, se queda con la mejor parte, antes que descentralizar los recursos, antes que garantizar que en todo México se tuvieran los servicios y la infraestructura urbana que ellos ya disfrutan, mejor optaron por crear los programas de reparto de dinero en efectivo (en cash, diría Zedillo) para seguir acaparando el erario en su beneficio.
Desde luego que también influye el propósito de generar lealtades políticas y partidistas entre la población que recibe dinero.
El asunto empeora para los provincianos, cuando los gobernantes locales de municipios y estados, replican esos programas de reparto de dinero, cuando existen tantas carencias en materia de servicios básicos: agua, drenaje, energía eléctrica, pavimento, banquetas, escuelas, hospitales, plazas, mercados, servicio de recolección de basura, etc.
En muchos aspectos es más útil, por democrático y universal, el dinero que se utiliza en construir o mejorar las escuelas, respecto a la becas que se entregan a un individuo. En esta misma línea de razonamiento tenemos la idea que en campaña nos compartía Xochitl Galvez cuando decía que era más útil «rescatar» los hospitales públicos, que dar el apoyo a los adultos mayores, porque finalmente este dinero se utilizaba en la compra de medicamentos.
Considero que los gobiernos deben moderar esos programas y esos gastos o inversiones, que transfieren dinero a individuos de comunidades específicas, por lo menos hasta que tengamos los mismos servicios, la misma infraestructura y con la misma cobertura de la CDMX, es decir, en un cien por ciento.
NOTAS RELACIONADAS
CONTINENTE AMERICANO EXPORTADOR
AGENDA FRONTERIZA/ POR HUMBERTO GUTIÉRREZ
CRECIMIENTO ECONÓMICO III-T