La renovación de MORENA-Tamaulipas
Morena-Tamaulipas, pasó su primera prueba: la elección de su Comité Directivo Estatal (CDE) y su presidente del Consejo Estatal. Sin aspavientos, ni gritos ni sombrerazos. Hecho, que desde hace décadas no se veía en un partido de Izquierda en ascenso.
Excepto en el Partido Comunista Mexicano (PCM), cuya ética y moral –incluyendo el llamado centralismo democrático– fueron diferentes a la partidocracia en la región, desde la emergencia del Partido de la Revolución Democrática (PRD) –1989–, inició una eterna pugna intestina que dio nacimiento a las llamadas tribus que por mucho tiempo signaron las vidas estatutaria y militante de ese partido, incluyendo las de su sucesor MORENA –2011–.
Fue un elemento que significó la naturaleza de la Izquierda: fracturas en cada elección, tanto de cargos partidistas como de candidaturas.
Cada elección: división.
Cada dirigencia, coexistía con grupos resistentes a reconocerla pese a que las autoridades electorales avalaban esos comités.
Esa vocación por la fractura, describió a MORENA en sus años de operación en la entidad. Hasta antes de la decisión de los delegados de votar por su CDE, activaba un partido con dirigencias irregulares y diversos grupos que reclamaban para si, la legitimidad de sus liderazgos.
¿Qué permitió esa fiesta en paz?
1.- El liderazgo naciente de Américo Villarreal Anaya, otorgado por la confianza que le dieron mas de 730 mil tamaulipecos. Ese caudal de votos, confirió al gobernador electo, un liderazgo meta-estatutario que imprimió institucionalidad a los diversos grupos, tribus o corrientes que operan en la red del lopezobradorismo tamaulipeco. En medio de un partido casi inexistente, la aparición de esa presencia irrebatible en el escenario regional, menguó las posibilidades de recurrir a los tribunales electorales para dirimir controversias partidistas.
Incluso, ciertos militantes tamaulipecos que coinciden con el siempre disidente Alejandro Rojas Durán, asimilaron el proceso interno y hasta el momento, no han recurrido al muy socorrido método de la judicialización para echar abajo el resultado o al menos manchar su proceso.
2.- El anquilosamiento de los veteranos morenistas. Estos afluentes, por mucho tiempo reclamaron su derecho fundacional para la obtención de cargos partidistas y candidaturas. La mecánica con la cual se nombraron los delegados distritales, necesariamente obligó a los candidatos a movilizar a sus simpatizantes; ganaron, quienes más influencia mostraron en sus territorios –o aquellos que realizaron alianzas más eficaces con los factores partidistas preeminentes en los distritos–.
Perdieron, quienes pensaron que su sola presencia y su solo nombre, serían suficientes para ser electos delegados al Congreso estatal.
En esas circunstancias, mucha de la militancia que se había sumado a MORENA en la campaña de Villarreal Anaya, sacaron ventaja a los veteranos liderazgos morenistas.
3.- La suma de amplios segmentos de militantes –provenientes de otros partidos, o de preferencias apartidistas– generó la oportunidad de renovar las élites partidistas de los lopezobadoristas. No sólo se creó, un nuevo liderazgo; también se construyó una nueva militancia –o al menos, se percibe ese intento–.
¿Qué se puede decir, de los flamantes dirigentes electos?
Son jóvenes.
Y es una apuesta válida.
Confiemos, en que darán otro perfil al sistema de partidos de la comarca.
Urge.
El 2024, Tamaulipas debe vivir una fiesta democrática con los comicios de donde saldrá el nuevo Ejecutivo Federal.
Ya es tiempo, de ver campañas civilizadas, con debates inteligentes, con candidatos propositivos; y sobre todo, con partidos –y dirigentes– tan sensatos como éticos.
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